“Yo no estoy muerta, solo estoy dormida.
Moriré el día que dejen de venir a verme.”
Mensaje en una lapida

1 de Noviembre de 2014. Día de los muertos. Día del AYAMARKA. Amanece y la gente se alista a visitar el cementerio "Santa Rosa" ubicado a los pies de la Huaca-Cerro La Regla ubicada en la Urb. 200 Millas en el Callao.

Ese día, el espacio concurrido por cientos y miles de personas, se vuelve especial... Adquiere un carácter mítico, casi ritual... La ciudad, las casas, las personas, hasta las cosas y los animales no son ya los mismos de antes. Ahora, han adquirido la categoría de un lugar santo. Son advocaciones, amuletos, detentes que celebran y anuncian el espacio sagrado...

Caminamos por la calle entre la pista y la vereda, junto a las casas que ahora son puestos de una feria popular. Cada fachada, cada puerta o ventana se transforman en nacientes puestos de comida, con olor a aceite quemado y gasolina de las mototaxis que pululan como moscas sobre los diversos potajes. A los lados, otros te ofrecen lo que supuestamente te debe faltar.

No importa que los nichos o los muertos te rocen el rostro... lo que vale es que es un día de fiesta y de reencuentro con aquellos que se han separado de ti, pero que por ahora viven en un "hotel" cerca de tu casa. Es un día de visita. La solemnidad de una liturgia católica o quizás una evangélica se desborda incontroladamente hacia una catarsis redentora... Dionisios y Tongo bailan juntos un huainito entre arpas y violines.

A mediodía, con apenas una tenue calentura solar y un frondoso cielo gris urbano, la cerveza y la chichita de jora heladita acompañan el fervor popular de intenso calor humano.

Un poco mas tarde, ingresamos por una "puerta" abierta entre los nichos al "hotel" donde descansan los cuerpos de los "hermanitos" difuntos. Llevamos coca, cigarro "Inca", alguna velita "misionera" de cincuenta céntimos y la intención de llegar a la cima del Cerro-Huaca La Regla. ¿Porque? No lo sabemos... solo intuimos que "debemos" hacerlo. Llegar a la cima es nuestra meta.

Ingresar al camposanto es entrar a una dimensión ancestral... dejamos de ser individuos, unos entes "individualizados" para ser partes del todo, de la naturaleza humana, con sus honduras y calenturas místicas. Hoy dejamos de saber para solo sentir. Nuestros sentidos están alertas.

Mientras camino intento reconocer el olor a muerte. En esos momentos es casi imperceptible. No existe "mal olor" solo aroma a vida y muerte en un sino continuo. La vista te llena todo. El oído lo acompaña como un coro que repite y replica huaynos, cumbias, salsas y voces. Todo es una invasión.

Te vuelves un gigante, un Prometeo descubriendo el significado del fuego. Los nichos son casitas, cuartos habitados o desocupados, según el inquilino. Las lápidas son fachadas. Comida, bebidas y flores. Lo que pasa en el exterior se repite en el interior y los nichos se convierten en casas y los difuntos en nuevos seres vivos. Es la vida y los muertos en danza continua... no hay separación entre ambos.

A las 3pm llegamos a la cima de la Huaca-Cerro. Encontramos la figura hecha escultura travestida de una supuesta "Santa Rosa" (versión de un muyahidín del partido de dios). A lo lejos se divisa el mar en toda su extensión. Al otro extremo: la ciudad.

Al pie de la Huaca-Cerro se divisan los nichos que a cada año suben como gradas en el Olimpo… Son las escaleras que nos conducen al cielo andino-urbano redivivo. Hemos hecho la peregrinación y ahora sabemos el porque. Las casas a los lejos y los nichos mas cercanos se mezclan. Son continuidad en el tiempo… A lo lejos las Huacas-Cerros repiten como un eco invisible a los oídos pero cercanos al corazón de la memoria: “Yo no estoy muerta… solo estoy dormida…”.

C.H.O.L.O. Arte y Cultura emergente
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